Cada
historia tiene un comienzo, y la de todos nosotros comienza en un lugar cálido
en el interior de una de las mayores maravillas que la tierra ha conocido,
conoce y probablemente conocerá: la
madre. Desde el momento en que empezamos
a crecer en el interior de ese misterioso ser que es capaz de mantener una
criatura en su interior hasta que llegamos a este mundo, ya nos están
protegiendo colocando muchas veces su mano en la barriga y dedicando cada uno
de sus pensamientos algunos como: ¿De qué color serán sus ojos?¿ será rubio o
moreno?¿ alto o bajo?¿ llorara mucho o será tranquilo? Y la más importante de
todas: ¿niño o niña?
Es tal es su preocupación, que pasan auténticos
horrores en el momento de dar a luz, con tal de que podamos salir y vivir la
vida que Dios nos brinda. Aun así lo más impresionante es que después de horas
para hacernos llegar lo primero que preguntan cuando acaba todo el tejemeneje
de la operación es: ¡¿Esta bien?! Acto seguido
todo el cansancio del mundo cae sobre sus hombros y aun así, sonríen a su
pequeño.
Crecemos
alrededor de estas grandes mujeres y en este proceso de crecimiento llegan a
hacer cosas que el propio Superman tendría que envidiar: son capaces de cambiar
los pañales a pesar de que el olor que desprenden sus pequeños llegaría hasta
las mismas napias del presidente, se levantaban a las tantas de la madrugada
con todo el cabreo del mundo para darnos de comer y callar nuestros gritos
glotones. Esta madre podrá tener tres hijos y si le dan tres trozos de
chocolate dirá que no le gusta el chocolate para que sus hijos puedan comerlo
tranquilamente.
Cuando
ya somos niños empezamos a conocer el mundo,
se nos llenaba la cabeza de fantasías , miles de historias, y como no a
todo le buscábamos un ¿por qué? ¿Por qué las nubes son blancas? ¿Por qué tengo
manos? ¿Por qué eres tan alta? ¿Qué eso? ¿se puede comer? Y es que ellas con
una paciencia de aquí al infinito respondían cada pregunta. O esas noches en
las que los cuentos que nos contaban hacían que la imaginación volara hasta
límites desconocidos acabáramos
durmiendo en sus piernas y nos llevaran en sus brazos a la cama, donde
amanecíamos al día siguiente como arte de magia.
La
adolescencia tiene que llegar de un momento a otro, y es la edad tan temida de
muchos, los pequeños ya han crecido y hay cambios en sus pensamientos, se dan
cuenta que sus madres ya no son perfectas y las ven de otra manera, empiezan a
independizarse y poco a poco hasta que se terminan alejando de su lado, eso si
todavía hay cosas que no se consiguen explicar: ¿Cómo son capaces de cocinar,
tender la ropa y atendernos al mismo tiempo? Y no olvidemos esa capacidad
innata para encontrar las cosas que parecen perdidas en la infinidad de la casa.
Seguimos
creciendo y ya somos adultos perdemos un poco de contacto con nuestras
progenitoras, ya no las vemos tan a menudo, pero aun así hacemos una llamada de
vez en cuando para ver como se encuentras y hasta a veces pedir un consejo o
dos, porque a diferencia de cuando éramos jóvenes ya hemos aprendido que sus
opiniones valen su peso en oro, y el 99% de los casos tienen razón. Sabemos que
ya se van haciendo viejitas y contemplamos con cariño en los ojos que ha dado
la gran mayoría de su tiempo desde que nacimos por darnos un futuro y sentirse
orgullosas de nosotros.
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Las
madres son personas muy bellas que dedican toda su vida a cuidarnos dando lo
mejor de ellas mismas, así que si tienes a tu madre aquí mismo dale un beso,
nadie te lo recibirá con mas alegría, y recuerda que estas personas están
dispuestas a darlo todo por ti sin esperar nada a cambio. Un aplauso para estas
grandes mujeres