La nostalgia del tiempo

Era un 4 de julio de 1935, el benjamín de la familia corría emocionado por la casa buscando la salida al jardín para plantar una semilla de manzano que su padre le había regalado el día anterior, a él le encantaban las manzanas, y estaba desesperado por ver crecer ese árbol para que diera su tan anhelado fruto. De esta manera se dirigió raudo al exterior y con mucho mimo cubrió la semilla de tierra con sus pequeñas manitas, sentía como su pecho se hinchaba de orgullo pues estaba confiado que algún día esa pequeña semilla sería un esbelto árbol.

Los años pasaron, el pequeño niño ya no era tan pequeño y la semilla que un día plantó se había convertido en un joven tronco que sacaba sus veraniegas hojas a relucir. Nuestro querido amigo se hacia adulto, ya no tenia el pelo tan corto casi alcanzaba a su madre en estatura y comenzaba a sentir emociones que antes no había experimentado. Sobretodo por la chica de la acera de enfrente, la cual observaba bajo su verde amigo y que pasados unos meses, bajo las ramas de aquel tronco,le declaró su amor besándola como nunca lo haría con otra mujer.


Desgraciadamente la guerra toco a su puerta, tuvo que dejar su hogar y despedirse de aquellos que amaba: Una madre que no podía observar como su hijo se perdía en la distancia, un padre de familia entristecido que temía que su hijo muriera de la misma manera que antes lo había hecho su progenitor, y una chica que sentía como el ser al que había amado se llevaba sus sonrisas, sus tardes de alegría bajo aquel manzano y la esperanza de un futuro juntos. Él simplemente caminaba hacia el autobús sin mirar atrás, y solo se detuvo para admirar la corteza de su amigo que estaba crecido por los incontables días transcurridos. Se fue de su hogar con una sonrisa en la cara y la certeza de que volvería.


Pasaron innumerables meses, la joven que un día se había enamorado se convirtió en mujer. Ya empezaba a abandonar la esperanza de volver a verle, aunque eso no evitaba que visitara al vecino de vez en cuando y hablaran del valiente joven que estaba dando su vida en el frente. Al final ella salia afuera, se sentaba y observaba como los rayos del atardecer se colaban entre las hojas y hacían brillar las manzanas que reposaban en el suelo, las cuales esperaban también a aquel joven niño para hacerle feliz, o por lo menos a su estómago.


Él regreso una tarde lejos ya de aquel verano en el que había partido, su cara estaba marcada por el cansancio, la muerte y la sangre que había derramado en nombre de su patria. Caminaba con un paso lento, esperando ver si los sueños que había tenido con su hogar no se esfumarían una vez mas, pero no, allí estaba su madre llorando de la alegría, su padre con una sonrisa de orgullo en su cara y la mujer que tantas cartas le escribió pero jamas pudo responder. Sin perder ni un momento, se arrodillo y allí le pidió matrimonio.


El manzano extendió sus hojas como jamas lo había hecho, el verde de su copa rodeaba a la gran mayoría de invitados y sobretodo a su amigo que no dejaba de sonreirle a aquella mujer vestida de blanco que tan bien conocían ambos. Una vez más escucho como pronunciaba la promesa que tiempo atrás había salido de su boca, solo que en este caso su compromiso era ante aquel que lo había protegido en la distancia. Se besaron y una manzana se desprendió del árbol cayendo encima del novio, lo cual provoco la alegría y risas de los asistentes.


Pasaron los años, sus cabellos se cubrieron de canas, pero el jamas dejo de amarla en ningún momento. La vida paso fugazmente ante sus ojos, y cuando llego el momento de dejarla partir, él se dijo que también estaba preparado pero antes debía hacer una última cosa. Salió una última vez al jardín al igual que aquella vez que estuvo emocionado con el regalo que su padre le había dado. Se sentó bajo su astillado compañero con una de las manzanas que el verano había dejado, la limpio con su viejo jersey llevándosela a la boca, sonrió una vez mas y lentamente cerro los parpados mientras la última hoja del otoño caía en su cabeza.