Soñar en hojas de otoño

Era una fría tarde de noviembre, mi cuerpo se empezaba a entumecer bajo la lluvia pensando si llegarías con el viento incansable que acariciaba mis brazos cansados de sostener un teléfono que ambos sabíamos que nunca se decidiría por sonar. Mi paciencia poco a poco se veía mellada ante aquel atardecer que terminaba por despuntar mis ultimas esperanzas de verte doblar la esquina de la plaza, en la que tantas veces nos habíamos encontrado.

Casi me disponía a embarcarme a la deriva entre los callejones de un pueblo que se negaba a encontrarme contigo, cuando de repente te vi; fue en ese instante en el que supe que ya estaba perdido completamente en tu silueta, mis pendones ceñidos de orgullo habían caído a tus pies, la poca voluntad que me quedaba se escapaba junto al calor de mis manos y el tiempo, una vez más, se negaba a hacerme su cómplice.



En mi interior yo gritaba a mis sentidos que despertaran, pero ya era tarde, todos y cada uno de ellos habían caído bajo tus encantos y se negaban a responder a las ordenes desesperadas que daba la poca serenidad que me quedaba. Cuando el primero de mis pasos avanzo hacia tu encuentro, supe que ya era tarde para mantener la razón y me rendí ante lo inevitable: tu mirada.



Acabe perdido en unos ojos pintados de un marrón acuarela que me recibían con una mezcla de añoranza,orgullo o admiración(quien sabe si eran las tres juntas) una combinación no apta para los más sensibles de corazón y que pocos valientes se atreverían a beberse de golpe. Pero tu y yo sabemos que mas que valiente siempre fui un tonto sin remedio al que le gustaban los retos. Y a veces la diferencia entre ambos esta separada por una fina película de amor.

La tarde cerró con un caer de hojas que anunciaba el final del otoño y el principio del invierno, aunque nunca me quedo claro si se trataba de las estaciones o de nuestros sentimientos.