La música de una tierra de fuego y baile sonaba
desde algunos balcones que seguían brillantes como en sus mejores momentos de
aquella época colonial ya lejana para los transeúntes que recorrían el lugar,
la brisa de un mar rebelde se colaba tranquila entre sombrillas y cafés, mientras
los niños jugaban a ser adultos irresponsables en aquel parque con forma de
barco que a muchos adultos con almas de niños había visto crecer.
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El viento acaricio su cara levemente como lo haría una
madre preocupada y el alzo su vista por instinto, fue entonces cuando aun
pesar de los cristalinos rayos del sol todo a su alrededor se congelo para él, siendo
reflejada únicamente una sonrisa que afloraba entre la multitud y una sudadera
del color brillante utilizado por la
realeza. Su paso era lento pero firme y apenas empezaron a salir palabras de
una boca que solo temblaba, ella alzo sus brazos y lo acogió entre ellos.
El sintió sus manos tensas alrededor de aquella
mujer que había conseguido que un gigante se sintiera de la estatura de los pequeños
que recorrían la plaza que antaño había sentido las caricias del gran azul. Tarde
fue el momento en el que su ser se perdió inmenso en aquellos iris del color de
la miel, en donde no solo vio belleza sino a aquel que los había forjado,
comprendiendo por un instante cuanto amor había sido depositado en ellos.
Una voz dulce como el color de sus ojos lo despertó
de su encuentro con el creador, y súbitamente tuvo que afrontar unas palabras
para las que no estaba preparado.
-¿Cómo
estas?
El se limito a sonreír y con la poca voluntad que le
que respondió y empezó a caminar junto a ella, pensando para sus adentros de
que leyenda habría salido aquella mujer que lo acompañaba.