Él caminaba bajo el cielo estrellado, y con esa media
luna que le sonreía tímidamente, sin pararse a pensar en nada simplemente
seguía adelante sin darse cuenta de donde pisaba, a donde llegaba su infinita
mirada. Se sentó y con esos ojos marrones tan profundos, empezó a examinar todo
lo que había en su alrededor, gente pasando, gente corriendo, niños pidiendo
pan…… “El mundo cada día está peor”
pensó para sus adentros.
Estaba ensimismado viendo como dos pequeños pájaros
bebían de la fuente, maravillado como hasta la más pequeña pareja podía ser
feliz, y quizás en su interior sintió envidia de esos pequeñajos. Estaba
pensando en si él podría llegar a ser tan feliz como alguno de esos dos
diminutos seres, cuando apareció ella. El cabello azabache deslumbraba sobre su
blanca piel que destacaba bajo la tenue luz del sol, sus ojos verdes, y una
sonrisa que lo condenó por los siglos de
los siglos a que su corazón latiera más rápido con su mera presencia.
Tanta belleza lo impresionaba, siempre se había
preguntado si los ángeles de verdad existían y sin duda sus mayores sueños se
habían hecho realidad porque estaba en frente de uno. Se ruborizó cuando ella
se acercó y le preguntó: “¿Te encuentras
bien?” Entonces se dio cuenta de que estaba temblando, y rojo como un
tomate. La respiración, se le entrecorto, había hablado y su voz sonaba cual
canto de sirena, “Preciosa” pensó él.
Empezaron una conversación, una palabra llevo a la
otra, contestaba feliz, se sentía afortunado de poder estar con ella, lo miraba
con esos ojos cautivadores a los que no podía evitar sonreír. La conversación
tocaba su fin y finalmente quedaron para hablar otro día, el volvió a su casa, cenó
con su familia, todavía con esa sonrisa llena de ilusión en su cara, subió a su
cuarto y después de hablar con su padre a solas en su almohada, cerró los ojos.
Sobresaltado sintió como algo lo zarandeaba, era la
niña de sus ojos que le gritaba una y otra vez: “Papi papi ¿Los ángeles existen?” Su mirada irradiaba la ilusión
que caracteriza a todo niño, y el solo pudo responder mirando a sus enviadas
del cielo que lo miraban desde la puerta: “sois
mis angelitos lindos”
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