Titanes sin fin



El universo, infinito en su ser, alberga dos eternos contrincantes, obligados a enfrentarse una y otra vez en una batalla que no tiene fin, y que al fin y al cabo nunca decidirá cuál de ellos tiene razón. Toda una aglomeración de sentimientos toman sus asientos una vez más dispuestos a disfrutar del coloquio entre estos enemigos que por naturaleza siempre discutirán  Un ser humano toma lugar en medio de la sala, como testigo principal, árbitro y principal afectado.

A un lado esta aquel ser pasional que se deja llevar por el momento o la situación, no basa sus argumentos en las futuras consecuencias, y si le preguntan la razón de sus decisiones simplemente se limita a decir “carpe diem”. Se le juzga por llevar a la ruina a los más importantes hombres y mujeres de la tierra, pero él simplemente niega para sí mismo y alega que no es su culpa no poder controlarse. Toma asiento con suma rapidez y observa con nerviosismo a su posible victima en el centro de la sala.

Su mera presencia inundó la sala de un gran respeto, todos acallaron en cuanto se la vio caminar hacia la zona cero del conflicto, todos sabían que era la más digna oponente que se podía tener pues era capaz de darle la vuelta a cualquier situación, por ello mismo la temían y admiraban aunque sabían que el único ser capaz de plantarle cara la esperaba impaciente en su silla. Ella observó la situación, miró a los sujetos, sopeso las posibilidades de victoria, cerró los ojos y tomo asiento lentamente con sus dedos entrelazados. La disputa estaba a punto de comenzar.

En medio de la sala se encontraba un ser humano con los ojos tapados y los oídos taponados, para que no tuviera consciencia alguna de lo que sucedía hasta que se le retiraran las cárceles que retenían sus sentidos. Cuando por fin se le hubieron retirado; pudo observar a su alrededor, se dio cuenta de lo que iba a acontecer y que al final el tendría que escoger a un ganador puesto era el árbitro y tendría que obsequiar la victoria a un favorito.

 Por un lado estaba La Razón con su profunda mirada, por el otro el corazón que le lanzaba cálidas sonrisas, y en el centro una persona que hasta que no miró a su reflejo en el suelo, no se dio cuenta de que el que estaba allí sentado, era yo mismo.


Continuara

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